El discurrir del río entre los chopos es sabio proceder de esta Natura viva de cuento, que sólo ver en el Rincón de Ademuz es mágico momento. ¡Cómo fluye y se diluye! ¡Cómo mece los juncos al pasar y besar la hojarasca! ¡Qué divinidad! ¡Qué lealtad del verdor al arroyo cristalino verlo pasar!
Y yo, sentado sobre una piedra meteórica, que me transportó en vuelo rápido de la ciudad al monte mágico, contemplo la corriente de la vida con ojos de niño, con alas de niña.
Vuelvo a soñar despierto con las hadas y los infantes faunos que pueblan sus orillas, saludo a las sabias sibilas, vírgenes desnudas con culos de burbuja me masajean el torso, mientras una nutria halagüeña me salpica el dorso.
¡Qué magna la Natura!
Caracoles dulceacuícolas y cangrejitos cárdenos me hacen cosquillas entre los diez dedos de los pies, cuando descubro que mi asiento se mueve.
Y es que la piedra que me transportó es ahora una enorme tortuga de color turquesa que pretende entrar al agua.
El Sol de la tarde, entre tanto, resplandece como nunca, iluminando cada rincón del bosque camaleón, cada avecilla, cada insecto…
Con el aleteo de los pájaros del proceder y el vibrar de libélulas preciosas azulinas y verdosas, entramos en las cristalinas aguas.
Bajo el espejo de la superficie, capa de filamento prodigioso que separa dos mundos, observo un Universo en expansión:
Miles de peces de todas las formas y tamaños, reflejando sus escamas con más que todos los colores del arcoíris, al murmullo armonioso del agua.
Pequeñitos y brillantes. Grandes y majestuosos. Se diría que aquí, entre las plantas acuáticas y la melodía del río, existe otro mundo, otra Humanidad.
Eduardo Ramírez Moyano
Foto: Internet
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